Nunca más fútbol. Cuento de Juan Andrés Silva.

No juego nunca más al fútbol. Nunca más fútbol. No saben jugar y es un sacrificio. Todos los domingos de mañana, madrugar, hacer no sé cuántos kilómetros para que los burros de mis compañeros no me devuelvan una pared, no tiren un centro decente, erren el gol cantado, comernos una goleada o nos empaten en la hora. No saben jugar y para peor el golero no agarra una y la defensa hace agua y los laterales no suben y el cinco no marca y yo que juego de diez veo la pelota todo el partido en el aire, ida y vuelta y no la baja nadie y no hacemos tres pases seguidos. Antes no era así, antes ganábamos y fuimos tricampeones; pero ahora están gordos, pelados, imprecisos, cansados. ¡No corren una! Y yo voy de acá para allá, juego de cinco, de ocho, de siete, de once, bajo a marcar, subo a definir porque el nueve es de madera y así no se puede seguir. Y yo que soy flaco, que nunca tomé una gota de alcohol, que nunca fumé un pucho, que me volvía temprano del baile y todo eso, tengo que correr por todo el equipo. ¡Me faltaba atajar nomás y era completa! Nunca más juego al fútbol. Nunca más, fútbol.

–¿Qué te pasa, Mago?

–Nada, ¿por?

–Cómo estás callado y estuviste todo el viaje con la vista fija en la ventana pensé que te pasaba algo.

–Estoy tranquilo. No te preocupes.

Mi hermano se preocupa por todo. Desde que murió mamá se preocupa por todo. Es lógico, pero entra en esa forma de escribir, de preguntar, de llamar todos los días. Es pesado. Piensa que estoy mal, que estoy desconectado del mundo, que estoy achacado, bajoneado. Me llama para los asados, para las salidas con los muchachos, para ir juntos al estadio, para ver la copa por la tele, para ir a comprar una pilcha, para tomar unos mates en el Prado en el banco de siempre enfrente al Viera. Tampoco es que me haga el macho. Estoy triste como cualquier persona que pierde a la madre. Y a veces me siento muy solo. Me siento abandonado. Y además culpable que es lo peor. Siento culpa de que no esté más. Me come la cabeza. No se puede vivir así. ¿Hasta cuándo dura esto? Por eso le dije que sí. Le dije que lo iba acompañar al partido. Porque jugamos contra el primero y bueno siempre es un lindo partido aunque mis compañeros sean unos perros. Nadie me dijo nada cuando abandoné. Tenía mis razones. Alguno me escribió para que volviera. Me dijeron que me iba a hacer bien. No quiero jugar más al futbol. Hace meses que no vengo y es porque no quiero jugar. Así es la vida. Antes me gustaba, ahora no me gusta. No disfruto, me siento vacío, me caliento por nada, me puteo con los jueces, con los rivales y yo no jugaba así antes. Perdí la ganas. Que se le va a hacer.

–¿Qué hacés, Mago? ¿Cómo andas?

–Bien de bien.

Ahora algunos me niegan el saludo. Varios miran de costado como si estuviera apestado. Cómo si fuera un traidor. Todos ellos con sus botines de colores, sus mates con iniciales y escudos, su ropa de marca, medias cortadas, canilleras chiquititas, calzas deportivas, piernitas depiladas. Eso no es fútbol. Es pura farándula. Al fútbol se juega con botines negros, medias caídas, piernas peludas, sudando la camiseta y no una prili o un soutien. Se deja la vida en cada jugada y no anda uno pidiéndole que cobre cosas al juez o simulando faltas y todo eso. Pero mirá lo que es la cancha la puta madre. Un billar. Cuando recién empezamos con mi hermano, en el Baby, no crecía pasto ni atrás de las gradas. Pero ese olor, ese aroma, el pasto recién cortado. Esto no es pasto, perdón, es césped. Olor fresco a césped, gramilla que te atraviesa las fosas nasales, olor silvestre, olor primitivo, me tengo que agachar a olerlo. La puta que perfume tiene el césped. Mis primeros partidos en el Baby, las prácticas de noche, Wanderers, las mil vueltas al Miguelete, después Bella Vista, después Racing, lo que era eso. Y mi vieja. Mi vieja que me llevaba a todas las prácticas, que iba a todos los partidos, con heladas, con lluvia, con un calor infernal, con viento, de día o de noche, enferma, cansada, de buen humor o a las puteadas. Me llevaba a todos lados. En bondi, en taxi si estábamos retrasados, caminando, en bici. Mi vieja nunca se perdió una práctica ni un partido. Nunca me dejó tirado.

–¿Me ayudas a desatar los cordones de los botines, Mago? Mientras caliento con los championes.

–Dale, Pato.

Mi hermano, el Pato. Me tira los championes como si no valieran nada. Nunca valoró nada. Los championes se cuidan como si fueran tus hijos pero que hijo de puta como va a meterle este nudo a los cordones. Pero qué es este olor. Olor a cuero. Es intenso. Cuero de vaca de verdad. Son buenos los botines. Me hace recordar aquel caño que le metí al cinco de Nacional con los Adidas Copa Mundial. De espaldas se lo hice y el enganche que le metí al golero de Peñarol y la chilena contra River y me acuerdo que eran los mismos botines, el mismo diseño y el mismo olor. Que ganas. Que ganas de recordar.

–Aaaaah.

–¿Que pasó, Pato?

–Sentí un pinchazo en el posterior.

–No me jodas.

Ahí va uno y le alcanza el Rati Salil. Que olor el del Rati Salil, potente, olor a fibra, a músculo, a entrenamiento, olor a fútbol. ¿Cuántas veces lo usé? ¿Cuántas veces jugué con molestias? ¿Cuántos partidos con las rodillas a la miseria? Cómo me costó la carrera jugar lesionado. Los dolores en las piernas, en la espalda y dale seguir jugando, spray mágico y dale seguir corriendo y no parar y luchar y jugar que al fútbol se juega jugando pero las lesiones, el hielo, los dolores, el fisio y dale jugar y dale jugar. Ya desaté los cordones, ahora te toca a vos, Pato.

–No puedo jugar, Mago. Rompí. Sentí el desgarro. No puedo moverme.

–¿Cómo que no podés jugar?

–Tenés que jugar vos, hermano. Tenés que demostrarles lo que sabés. En el apertura nos comimos cinco con estos. No aguanto verlos festejar de nuevo, por favor. No aguanto si nos babosean en la cara de nuevo. Usa los botines que te dí. Por favor. Jugá.

El juez pita llamando a los capitanes. El Mago calienta rápido y se mete en la cancha atento de cruzar la línea de cal pisando primero con el pie derecho. Se persigna y señala el cielo. Todos los compañeros del equipo le dan para adelante. Lo motivan. Una brisa peina el césped, lo acaricia, lo dibuja. La pelota va al centro del campo. El juez se demora en pitar el inicio.

–¿Querés que te consiga hielo, Pato? –pregunta el entrenador del equipo.

–Que hielo ni que hielo. No tengo nada. Hice todo este teatro para que mi hermano vuelva a las canchas. Es un animal.


*Juan Andrés Silva - @silvapeque7, es escritor uruguayo, Escritor "amador" como decia Clarice



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